Jordi Sierra i Fabra soñó con ser escritor en una época ingrata, la España de la posguerra, más propicia a las pesadillas que a los sueños. Por suerte tenía un incentivo. Era tartamudo y se dio cuenta de que cuando escribía no trastocaba las palabras. Fue el inicio de un aprendizaje literario largo y accidentado que lo enfrentó a su padre, y lo obligó a luchar contra todo y contra todos para alcanzar la categoría de escritor.